Por Francisco Corvacho
Encontré la
Biblioteca Virgilio Barco por casualidad. Haciendo mi caminata
diaria, llegué hasta el Barrio Quirinal a comprar algunas cosas en el
Almacén Cafam, establecimiento ancla del pequeño centro comercial de esta comunidad.
Como el ejercicio de caminar de Pablo VI al Quirinal me pareció insuficiente,
me propuse extenderlo. Averiguar que había tras las lomas cuidadosamente
empradizadas que se levantaban al occidente era un motivo adicional. Tomé el
sendero principal. A los pocos metros me encontré una grata sorpresa. En un
deprimido del terreno, una escultura abstracta de apreciable tamaño. Me impactó
no solo por su forma, sino también por el entorno. ¡Qué bien situada está! Di
dos vuelta a su alrededor tratando de conocer el nombre del escultor. No
encontré placa alguna.
Continué mi
camino hacia la Carrera 60, en medio de dos corrientes de agua que descendían
hacia la escultura haciendo un agradable ruido. Antes de llegar a la calle, una
senda adoquinada me invitó a caminar hacia el norte. Acepté la invitación. ¡Lo
que encontré premió mi decisión! Un gran espejo de agua, dividido en varios
compartimentos, era abrazado por una hermosa edificación (ya sabía que se
trataba de una biblioteca por la placa colocada a la entrada del sendero). Esa
vez no entre al edificio. Largo rato me quede contemplando el cuerpo de agua y
la fuente que lo nutría. Esa belleza tangible, visual, era más gratificante que
entrar a leer un libro. La lectura podía esperar.
Francisco decidió por voluntad propia no crear un
blog personal, pero quiso compartir sus escritos y experiencias para el blog
oficial del proyecto Biblioteca y Memoria Digital.
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